martes, 20 de noviembre de 2012

Aplicaciòn

Los orígenes de la llamada ingeniería genética se remontan a 1955 cuando los bacteriólogos, al estudiar el rápido incremento de resistencia a los antibióticos de bacterias altamente patógenas como salmonellas, shigellas y neumococos, encontraron que el origen era la increíble capacidad de las bacterias de transferir material genético entre ellas, inclusive de bacterias muertas a vivas y también a especies completamente diferentes. Esto se conoce como recombinación genética y es la base para la ingeniería genética.
Varios años más tarde (1970), se descubrió la capacidad del Agrobacterium tumefaciens, bacteria de amplia difusión en los suelos del mundo, que causa la enfermedad conocida como Agalla de la corona, para realizar transferencia de material genético a plantas.
Los investigadores dedicados a la obtención de nuevas semillas, pronto combinaron este descubrimiento con los obtenidos en el campo médico, generando semillas transgénicas que las multinacionales de agroquímicos: Monsanto, Dow AgroSciences, Sigenta, Aventis y Bayer, lanzaron al mercado sin evaluar el efecto para las personas del consumo del material genético manipulado, que proviene de una serie de bacterias y patógenos animales y vegetales. Por ello científicos honestos han lanzado un llamado a los gobiernos alertando sobre las interacciones que ese material genético introducido puede generar en diferentes medios y condiciones, en particular los efectos de su combinación con la flora intestinal de animales y humanos, activando genes que podrían desatar enfermedades cancerígenas, alergénicas y genéticas.

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